El tiempo convertido en obsesión, prisas incluso en las tareas más sencillas, esfuerzos continuos por hacer varias cosas a la vez y falta de descanso. Hoy casi todo está marcado por la velocidad. Pisar el freno y adoptar un estilo de vida más relajado para saborear cada instante es lo que propone el movimiento slow, que promueve un tipo de crianza lenta, adaptada al desarrollo natural de los niños.
Las claves del espíritu slow
Su nombre ya lo dice todo. Slow es ir despacio, adoptar un ritmo de vida mucho más tranquilo que nos permita un contacto profundo con el mundo, con los que nos rodean y con nosotros mismos. Es dedicar tiempo a esas pequeñas cosas que no lo son tanto, olvidarse del reloj.
En un estilo de vida slow es esencial disfrutar con calma de nuestros seres más queridos, buscar momentos adecuados para cuidar cuerpo y mente, llevar hábitos de vida saludables, ser respetuosos con el entorno y consumidores responsables.
En definitiva, supone olvidarse de esos objetivos a los que hay que llegar sí o sí en el menor plazo posible sacrificando en el camino lo que sea necesario. No se trata de ser superhéroes, sino de disfrutar del momento, de lo que se tiene y de lo que verdaderamente importa. Y estas premisas se deben aplicar a todos los ámbitos de la vida, también a la crianza de los niños.
¿Qué es la crianza lenta?
En la sociedad actual, ese ritmo frenético se lleva a veces hasta los extremos. En el caso de los más pequeños, se traduce en que se rebaja al mínimo el tiempo que se disfruta de ellos porque hay mil cosas que hacer. Y a veces hay un empeño desmedido en que avancen en su desarrollo cuando aún no están preparados para ello, por ejemplo, a la hora de que abandonen el pañal.
La crianza lenta, sin embargo, apuesta por respetar los ritmos de crecimiento de los niños. Tarde o temprano aprenderán a dormir solos, a andar, a controlar los esfínteres o a hablar. Pero deben hacerlo a su tiempo, cuando su proceso madurativo sea el adecuado. Y en ese camino cuentan con una ventaja: no saben lo que es un reloj ni tienen prisas, simplemente, van a su ritmo.
Ese respeto a la evolución natural de los más pequeños, entendiendo que cada uno es diferente y lleva su propio ritmo de maduración, es la base de la crianza lenta o slow parenting, pero hay otras claves:
- Tiempo para los hijos: los niños necesitan atenciones y cariño, pasar tiempo con sus padres, que son su ejemplo y fuente de aprendizaje. La crianza lenta apuesta por dedicar más momentos de ocio a realizar actividades con ellos. Se trata tanto de cantidad como de calidad, de disfrutar juntos de momentos únicos e irrepetibles: leer libros, practicar deporte en la naturaleza, compartir juegos, etc.
- Comunicación: los niños tienen mucho que decir, pero no siempre se les escucha. Y también tienen miles de preguntas, aunque no siempre se encuentre tiempo de sentarse con ellos para resolverlas. Son errores que la crianza lenta busca salvar dando protagonismo a los pequeños, dejándoles que se expresen, escuchándolos y ofreciéndoles esas explicaciones que necesitan.
- No a la hiperestimulación: cualquier apoyo al aprendizaje es positivo, pero la estimulación puede llegar a ser contraproducente si es excesiva. El ejemplo más claro, en niños de más edad, son las incontables actividades extraescolares en las que muchas veces participan y que acaban agotándoles.
Ventajas de la crianza lenta
Los principios del slow parenting tienen infinidad de beneficios para los niños. Por un lado, evita que sufran episodios de estrés desde muy pequeños, permitiéndoles descubrir el mundo a su ritmo y manera. Por otro, aprenden a pensar por sí solos, a tomar decisiones y a sobreponerse a los errores, de modo que ganan confianza en sí mismos y elevan su autoestima.
Además de ello, disfrutan de cada paso que dan y de cada pequeño descubrimiento que realizan. De esta manera serán niños más felices y adultos más responsables.
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